sábado, 18 de enero de 2014

Mal tiempo/buen tiempo


LA TRIBU                                                       ANTONIO G. BARBEITO                                  

                        Una de las mayores alegrías que me llevo al ver los informativos de la televisión es cuando en la información meteorológica dicen que hará “mal tiempo”, porque es señal inequívoca de que nos ha tocado la lotería del cielo y que va a llover, a Dios gracias. La lluvia, la pobre, ha cargado con el mote de “mal tiempo”, por más necesaria que sea cuando así la anuncian. Se lleva dos meses lloviendo y no paran de decir una y otra vez cosas así o parecidas: “Al menos durante las próximas cuarenta y ocho horas, continuará el mal tiempo”, y quien tiene las tierras muertas de sed y al ganado sin verde que llevarse a la boca, loco de contento, pero parece que hablan para quienes han salido de su casa andando y se les ha olvidado el paraguas y el impermeable (qué antigüedad) y no tienen portal donde meterse; o dicen otra coplilla: “Sigue la inestabilidad atmosférica”, y esto lo dicen por más estables que estén las lluvias, que no hay quien las mueva de su son diario. Viva la inestabilidad.

                        Uno recuerda la voz de la gente del campo, tras un largo tiempo de sequía, cuando miraba al cielo y, si veía señales de lluvia, daba un parte de alegría: “La cara de la tarde es de llover mucho esta noche… Dios lo quiera.” Estos informadores de hoy, sálvese el que pueda, nunca hablan de mal tiempo cuando está el sol fuera, y a lo mejor llevamos siete meses de calor, solano y sin la mínima esperanza de que llueva, y hay que aguantar diariamente que nos digan “Continúa el buen tiempo…” ¿Buen tiempo, y a lo mejor lleva casi un año sin llover? ¿Va a ser buen tiempo un solanazo que lo estropea todo? ¿Es buen tiempo un otoño de soles primaverales sin que la tierra tenga un mal jugo que llevarle a la semilla? ¿Es buen tiempo una otoñada sin un chaparrón a la que se pronto empiezan a venirse las heladas, por más que haya muy buena luz y buena temperatura para irse a los pinares a comerse una tostada o a la playa a darse un chapuzón? Por eso me encanta este “mal tiempo”, este bendito mal tiempo, este buen mal tiempo, estas lluvias que vienen, como tantas veces, como casi siempre, a ponerlo todo en su sitio, a enrasar el invierno, a planificar la primavera, que a ver qué clase de primavera vamos a tener, si en el telar de los días no se cuelgan los mil hilos del agua que tejen la luz que ya está avisando. Bendito mal tiempo. Seguid, seguid, hechiceros de los telediarios, hombres y mujeres de las isobaras y los mapas, de las presiones, de los anticiclones y los frentes nubosos… Seguid, seguid diciendo “mal tiempo”. Es la más clara señal de que Dios no anda lejos.

  A. García Barbeito.

jueves, 9 de enero de 2014

SÍMBOLOS

LA TRIBU                                                        ANTONIO G. BARBEITO


                     Parte de la memoria empieza a descalicharse, cuando un día te enteras de que tal tienda de tu infancia ha cerrado para siempre. Yo recuerdo haber pasado de chaval por la puerta de una casatienda que había cerrado, y tuve la misma impresión que si hubiese pasado junto a la tumba de alguien conocido. El portazo de una tienda, de un bar, de una panadería, de una ferretería de toda tu vida, tiene algo de nicho, de tumba. Recuerdo cuando cerraron la tienda de Catalina, en cuyo mostrador estaba la espera de muchas noches de mi infancia y mi adolescencia, y por más que yo entraba en la casa y compartía palabras y risas con ellos, nunca fue lo mismo. No estaba la tienda,y la tienda –lo dijimos una noche mientras hablábamos- era mucho más que unos cajones llenos de garbanzos, chícharos, lentejas; una estantería con mil artículos, desde los botecitos de tintes Iberia a las bobinas de Ancora; un rincón ferretería y espartería; otro lateral con alpargatas y, en verano,sombreros de palma, cerca de donde cortaban el bacalao… No, la tienda no era un buen surtido de quesos en su fanal de cristal y jamones colgados oliendo a gloria inalcanzable, la tienda tenía vida, latía allí, entre las cuatro paredes, era cuasi una persona.

                      He leído aquí, en este periódico, que el El Horno de San Buenaventura está apuntado a la desaparición, al cerrojazo. No sé si vendrá alguien, a última hora, en plan Séptimo de Caballería, a salvarlo del cerco de los indios de la crisis, de las flechas de las deudas, que dentro de las carrozas del miedo hay más de doscientos puestos de trabajo que esperan una solución. Ojalá oigamos una lejana corneta, una lejana y larga polvareda, y que salven al Horno de San Buenaventura, aunque la suspensión de pago ya le ha echado la mala buenaventura del posible cierre. Una tarde allá por mis veintitantos años le llevé a mi madre unos bollos de leche del Horno, y mi madre miró, cogió y tocó el papel con su característico dibujo, como si tocara su propia infancia: “En un papel como este traía mi padre de Sevilla los bollitos de leche, cuando yo era una niña…” Papel de fondo amarillo con una pandereta con madroñera con la Giralda y las azucenas, y la bandera de España como una cinta. No, San Buenaventura no es solamente un horno, es una referencia sevillana que está en la memoria de todos, un símbolo que sabe a pan, a pasteles, a charcutería, a los mejores desayunos,a clásico velador de mañana o tarde. Un símbolo, desde el siglo XIV. Si cierra el Horno, a Sevilla se le mueren seis o siete siglos de su mejor olor.

lunes, 6 de enero de 2014

El milagro


LA TRIBU                                 ANTONIO G. BARBEITO        

                      Qué lejos ya, inocencia… ¿Dónde? Mientras los juguetes pasan en el desfile de la impaciencia infantil, ante los ojos de la ilusión,que se ensanchan para meter todo cuanto la mañana ofrece, en los contenedores de basura se amontonarán las cajas, los papeles de colores y las cintas que sirvieron para envolver esos juguetes y presentarlos con la magia que tiene todo lo que está por descubrir, que abrir un regalo tiene mucho de desnudo gradual de escenario. Quizá por eso, los contenedores de la mañana de hoy parecerán un desordenado ropero de hada incorpórea que o bien no llegó a tiempo de vestirse o fue quitándose cuanta ropa se amontonaba en su cuarto, hasta quedarse –solo visibles su cara y sus manos- como un sueño de cristal donde es imposible adivinar las aristas o los pliegues del soplado.


                        No,el milagro no lo veré en ese niño que se queda extasiado ante un tren que se mueve y pita, o en la niña que ve cómo llora, pidiendo un biberón, su muñeco.No, ahí no veré el milagro, ahí veré el asombro, la primera decisión importante del niño o la niña, que veré qué hacen al ver cómo se mueve el tren o cómo llora su muñeca. El milagro lo veré más tarde. Esta mañana veremos cómo hay niños que juegan con sus juguetes y, sobre todo, cómo hay juguetes que juegan con los niños, y cómo hay abuelos que juegan con los nietos como humanos juguetes del amor, a quienes muestran, como asombro atrasado, los juguetes que les trajeron los Reyes. La de hoy es una mañana de muchos contrastes, desde la reacción del niño que no sabe lo que hacer con un juguete que le asusta más que le alegra, a la niña que desprecia sus regalos y se empeña en los de su hermana–y aun en los de su hermano-, como si todo fuera un turno de caprichos, que lo es, en buena parte. Y en esa mañana de contrastes veremos reacciones que nos parecerán milagros, sonrisas, llantos, pucheros, alegrías desbordadas, enfados…Veremos mucho de la personalidad del niño; veremos quizá su egoísmo, su generosidad, su bondad, su envidia, su capacidad participativa… Pero el milagro que digo será más tarde, no esta noche, ni mañana; quizá dentro de unos días,cuando ya haya desaparecido el paisaje de cajas, papeles y cintas de colores,se hayan averiado o se hayan roto muchos juguetes y el niño, rey al fin de su infancia, se quede solo y, sin que nadie sepa cómo, hace con la boca el ruido de un tren, de un coche, de un avión, y sus manos, de pronto, se le conviertan en mágicos juguetes. Y el niño sea todo él –y lo veamos- un juguete que juega con él mismo, lleno de magia, de sueños, de ilusión…


jueves, 2 de enero de 2014

Querámoslo


LA TRIBU                                                       

ANTONIO G. BARBEITO

                        No empecemos a decir que si alguien lo vio en los corrales y no le gustó; que si alguien ha dicho que el pelo que tiene es un pelo de fracaso, no de triunfo, y que si tiene feo el número y el nombre… Y si tardea al salir del chiquero y pasa un mundo hasta que asoma, desganado, las puntas al sol de la plaza; y si cuando sale se queda mirando con cara de tontorrón, espanta moscas con el rabo, berrea y escarba y no derrota en el burladero del 9, que nadie diga nada, que no empiecen, por favor, a silbar, a pedir que lo cambien, a mirar para la baranda de la presidencia, a ver si asoma pañuelo verde. Querámoslo, que más cuenta nos tiene.
                        Ahora dirán unos que no es de fiar el año que sale a la plaza con la cara mojada, y otros dirán lo contrario, que es bandera de suerte. Ahora dirán algunos que 2014, número a número, da una suma de siete –dos, más uno, más cuatro-, y que siete fueron las plagas de Egipto y siete los bandoleros conocidos como Los Siete Niños de Écija, y que eso es mala señal; mientras, otros dirán que siete es un número extraordinario, el número de la inteligencia, siete días de la semana, “siete caballos caretos, siete mantas jerezanas, siete pensamientos puestos en siete locuras blancas…” Que nadie le ponga un pero, que nadie diga que si esto, que si lo otro, que si es hijo del trece, que llega en muy mal momento, que viene a un territorio en guerra de crisis, que no va a poder con la carga que le espera, que no llegará a la otra orilla, que no hay más que verlo… Querámoslo, mirémosle lo que de bueno tiene o lo que de bueno necesitamos que tenga; convirtamos en bueno cualquier detalle que le veamos, creamos en cualquier asomo que no nos parezca del todo malo, hagamos lo mismo que con los hijos, a los que tapamos defectos y les aireamos cualquier cosita que consideramos virtud. Querámoslo, que es nuestro, ha venido a nuestros brazos y quiere vivir trescientos sesenta y cinco días, que no viene para ser huésped de visita corta y condiós, que viene para quedarse, y necesita que lo queramos. No empecemos a ponerle pegas antes de que eche los primeros pasos, antes de que pida agua, pan; antes de que aprenda a dar, a sonreír, a ayudar. Por el chiquero salieron toros bonitos que se rompieron antes de llegar al peto y abrieron las puertas de la enfermería (y otras puertas peores…), y toros feos,inciertos y apuntando peligro que acabaron ofreciendo las orejas y regalando puerta grande y crónicas gigantescas. Querámoslo. Se llama 2014 y es nuestro.Acaba de llegar. Viene para quedarse. Y, además, no podemos cambiarlo.

martes, 31 de diciembre de 2013


Campanadas de agua

31 de diciembre de 2013 
LA TRIBU                                                   A. García Barbeito

                        Ojalá sonaran con su hermoso sonido, con el son único del cristalino bronce de su costumbre. Ojalá la noche fuera eso, un campanario de lluvias que repicara gloria allá arriba y fuera traduciéndose en esplendor aquí abajo. Ojalá el traje más hermoso de la noche fuera el brillante vestido de la lluvia, el manto del agua, las transparencias de un temporal que se empeñara en no salir de nosotros, o en no dejarnos salir de él, hasta que un sol harto de agua y cansado de esperar turno de luz rompiera los barrotes de la jaula, y eso lo hiciera para poner en pie a las criaturas verdes que duermen bajo tierra, las semillas cansadas, desesperadas, que sueñan la maternidad de la tierra y la paternidad de la lluvia para nacer y nacer bien, sanas, con ganas de retar soles y vientos.

                        Campanadas de lluvia espera el campo, ese campo que anda como madre de familia numerosísima, sin saber cómo darle la teta a tantos hijos como necesitan mamarle, que el campo es eso ahora, una desesperación de hijos hambrientos que esperan turno de lactancia abrazados a los resecos pechos del día. Campanadas de chaparrones. No habría entonces torre más celebrada, reloj más próspero, noche más hermosa, principio de almanaque con mejores principios… El agua, Señor, el agua; la lluvia. Empújala desde allí, desde donde se resiste a echar el trote para acercarse a nosotros. Arréala, restállale los látigos del viento y que eche el trote como animal que no quiere tomar la querencia. El agua, la lluvia, ese zamarreo del viento, esa sensación de que no escampará nunca, esa mano que va sembrando charcos, inundando vegas, olivares, incluso cerros. La lluvia, que venga. Para esta noche de fiesta, no quiero más serpentinas que las frías y lisas serpentinas de la lluvia, ese tenso cordaje del aguacero, fría gasa que envuelve el aire. Mirad el campo, ¿no da pena mirarlo, tan seco en invierno? Todo es, sí, porque casi todo es siempre en el campo, pero ¿cómo es? No se atreve la yerba, no se atreve la rama, no se atreven las raíces. Hay una cobardía general en las criaturas verdes, y con razón. El campo se crece con las lluvias, se viste de guerrero con las lluvias, con la armadura de las lluvias. Y con la sequía se debilita, se acobarda, se retira despacio, perdida la batalla de poderles a los soles duros que vendrán. Campanadas de agua, Señor, que suenen campanadas de lluvia. No doce, no unos segundos: que suene largo y lento ese sonido. Reloj de la noche, que se ahoguen las horas, las uvas, los papelillos, los disfraces, el cava... Que llueva, que suene la lluvia…

A.G.B

domingo, 29 de diciembre de 2013

Hasta ahora

Hasta ahora esta era la Tribu de antaño, donde me apetecía traer los artículos de Barbeito que me parecían de gusto de la mayoría de nosotros.

El de hoy, domingo en que se venden más Abecés, Antonio al que muchos seguimos apreciando a pesar de la fea manera con que nos dio portazo, protesta por las neonocheviejas --y perdónenme el palabro-- en que todo consiste en beber hasta la pota, hacer el indio con menos plumas que un pollo de supermercado y el ridículo insensato de los gorritos y los matasuegras.

Nos lo llevan diciendo las teles. Si no bebes champán, si no te atragantas con las uvas y no cumples rituales cada vez más rebuscados, no eres nadie. No estás en la pomada. Eres un bicho.

Como en mi casa prácticamente no celebro estas fiestas, me limito, nops limitamos, si estamos aún levantados a ponernos en una copa algo de sidra espumosa, darnos doce o más besos seguidos y luego unos sorbos deseándonos que el mundo, nuestro pequeño mundo, no vaya a peor en el año que entra.

Eso no quiere decir que olvidemos a la gente que queremos. Nos limitamos a expresar deseos, sin teléfonos, sin más medios que elevar al éter lo que pensamos. O sea, que cada año domine en nuestras casas, en nuestras familias y en nosotros mismos la serenidad y la aceptación.  

sábado, 21 de diciembre de 2013

La edad                                            21 de diciembre de 2013 a la(s) 9:18

                          LA TRIBU                                                   ANTONIO G. BARBEITO                  
                   
    Eran los viejos, sí. O eso decíamos. La canción de Jarcha lo decía así: “Dicen los viejos que en este país hubo una guerra, / y hay dos Españas que guardan aún / el rencor de viejas deudas…” Los viejos, siempre los viejos. Los jóvenes no queríamos desayunar democracia y tener que pagar la cena y la mala digestión de la guerra que algunos no terminaban de hacer en el estómago de su madurez. Los viejos, decíamos. Es verdad que había hombres que mostraban las heridas de la guerra –y no sólo heridas en sus carnes, también en el cuerpo de la humillación- como un vergonzoso tatuaje grabado a tinta de odio por el enemigo que de pronto les amaneció un día. Los viejos, eso decían. Y nosotros, los jóvenes que apurábamos la década de los veinte, no queríamos saber nada de viejas cuentas pendientes, sino que queríamos una plural convivencia, una España grande donde cupieran todas las ideas, siempre que las ideas vinieran desarmadas, no tuviesen querencia de armeros ni estuvieran dispuestas solamente a vivir una nueva edición del ayer. Los viejos, decían. Sí, era cierto, en muchos casos. Conocíamos a algunos viejos izquierdistas que tenían un fósforo en cada yema de sus dedos, dispuestos a quemar iglesias y santos, dispuestos a segar con hoces ya mohosas todo lo que significara sotana, corona, crucifijo, título, riqueza… Y conocíamos a viejos fascistas que cada vez que veían a un chaval con barbas o con ideas amplias, nobles o inteligentes, pensaban en paredones o en nocturnos paseos en camiones, seguros de que todo el mal de España estaba en la idea de libertad, cultura, convivencia de ideas…

                        Los viejos, sí. Eso pensábamos entonces. Y decíamos que aquello era un asunto generacional, que en cuanto murieran todos los que habían vivido la guerra o la posguerra los hubiera golpeado con su peor mano, España sería un país abierto, generoso, fraternal. No, no es así. Nos equivocamos. Como quien quema un cañaveral y ve salir, semanas más tarde, puntas de nuevas cañas, así hemos visto cómo salían -¿de qué enterrados rizomas?- nuevos extremistas de un lado y de otro. Pero no extremistas viejos, sino jóvenes de los que nunca pudimos pensar que acabarían así. Me asquean, sean del extremo que sean; me asquean si quieren resucitar a viejos dictadores para nuevos golpes de Estado, como si quieren resucitar incendiarios que acaben, como sea, con todo lo que les huela a derecha. Treinta años dicen que tiene el concejal de IU de Alcalá de Guadaira que ha dicho lo que ha dicho. Ahora que me digan que eso de ser un peligro extremo es cosa de los viejos…

A. García Barbeito